martes, 5 de junio de 2012


¿?


 Verse a uno mismo caminando puede darle miedo.
             Esa extraña confusión de intentar ver o acaparar la idea de qué ocurre o ni siquiera eso, estamos confiados en que la única forma de ver alguna parte de nuestro cuerpo fuera de nosotros está en una fotografía o a través de un espejo podemos lograr esa vista “exterior” de nosotros mismos, haciendo una objetivización, tratando al cuerpo como si no fuese nuestro, sinó que nosotros seamos del cuerpo.
            Interminablemente desconcertante pude ver como mis piernas y brazos no eran míos, sinó eran de nadie, o propiedad de ellos mismos… anarquía total que recorría las mil imaginaciones de alguna ficción en especial, recuerdo de mi infancia proyectando las estúpidas imágenes de cortometrajes haciéndonos creer la posibilidad de esto.
            Era terrorífico como verme a mi mismo no me generaba ningún tipo de extrañamiento, o tal vez algo concentraba mis penas y no era verse vestido a uno mismo metros a la distancia en un día de otoño siendo éste un poco mas invernal de la imaginación que cada uno hará sobre el relato. Las hojas de los árboles no volaban, pero si lo hacía el frío nada prometedor que se veía como una herida en la piel de los hombres. Las manos secas y dolidas, los ojos llorando podían estar atentos a cualquier cosa mientras sufrían. Mis manos, sus manos estaban igualmente condicionadas: de uñas cortas y poco suaves en los bordes por el molesto hábito de morderlas cuando se hallan con una mínima variación de la forma… o esa quisquillosidad de ver la falencia en la redondez de las mismas y querer volverlas lo mas parecido a una uniformidad propia del cuerpo. A metros de distancia, un hombre que era yo que sin necesidad de girar conocer mi espalda me hace, nos hace a todos muy interesantemente estúpidos, irónicos y paradójicos al saber que vemos al mundo desde nuestra cabeza, desde la cuenca de nuestros ojos y sin embargo en una imagen sabemos reconocer nuestro cuerpo de espaldas siquiera cuando nunca vemos nuestro cuerpo mas de cuatro o cinco veces al día.
            Reconocernos objetivamente tal vez nos ayude a dilucidar esa manía de saber quién es quien o también quien nos vé como qué. “Esto soy yo” y me enseñé lo poco atractivo que me encuentro.
            El verme a mi mismo canceló traumas pasados y generó ascos nuevos. Saber que la estética nos condiciona a saber los estándares para conocer las nóminas que la gente considera bellas o no… Me dio mas rechazo al mundo todavía.
            Verme de espaldas, dije antes, no era lo único que me invitaba a no dejar de mirar y horrorizarme. Mas allá había un anhelo o tal vez una figura suelta entre el espacio, la bruma y el frío. Y ésta figura deambulaba no queriendo acercarse a él o a mi, o tal vez reconocí eso por las ganas de quedarme a observar y asimismo las opciones de irme de esa incomodidad que nos genera el acercarse al desastre, a la pérdida total.
            La figura se perdía y yo también, o él. Todo volvía a ser una simple mañana arrogante.
            Ser parte de un sueño no es nada grato a mi parecer.





Estupidez