Ensayo predictado número uno
Me pedí a mi mismo el alejarme. Encerrarme en mí y tratar de resolverme
saliendo para afuera.
Esto último no tiene sentido cuando en realidad en parte lo es
completamente lógico, pues salir para afuera representa una cordura íntegra y
una experiencia poco sana que influye al tener que escaparse de la vida misma.
A su vez el tratar de divulgar los problemas que acomplejan la felicidad propia
se siente nada poco vergonzoso. Siempre he sido reservado. Mis zoquetes nunca
han sido vistos por nadie, como así les fué a mis calzoncillos y a toda prenda
que cumpla el papel de “interior”, como también pueden responder mis emociones,
pocas, congruentes a mis intenciones aparentes, e inteligentes pues nunca he
sentido mas de lo que he pensado.
Siempre he sido… siempre he respondido hoscamente ante todo aquel que hacía
lo mismo que yo ahora, lo he criticado de tal forma incesable hasta hacerlo
caer en la vergüenza pública comprendiendo quien era el que pensaba de manera
diferente, siempre he caído tan bajo de tener que verme ególatramente, me odio
y eso a la vez es dicotómico a mi cabeza… no quererse a uno mismo le da ese
placer morboso tal vez a la hora del egocentrismo que conlleva mirarse a un
espejo y asomar los ojos por encima de la palma que cierra todo nexo entre las
figuras y los fantasmas de uno hacia la verdad. Carne y pelo, pelo y cebo, y
piel. Pero sí. Siempre ducho de la palabra escrita y poco estudiada, sin contar
con el abuso de la vulgaridad que ofrece mi inexperiencia académica, en fin y
sin modestia, hábil de la verba y de los movimientos que ofrecen el leer y el
escribir.
Siempre he sido así: gustoso de leer
algo y dejarme llevar por ese asombroso capricho que ofrecen las
intertextualidades, las coincidencias biográficas y las implícitas partes de un
todo, como también, debo confesar que mi orgullo es muy grande debido a esto,
mi afinidad con la letra impresa o manuscrita, la cual revela la necesidad del
intercambio con el ambiente, el espacio… el necesitar un lapso de razón para
ahogar (o en los mejores casos desahogar) intenciones como si hablar en nuestra
cabeza algo que estamos escribiendo al mismo paso y que nadie leerá sirviese de
algo. Confieso que he matado mas de cinco veces, he amado varias y a la vez muy
pocas, porque me he quedado viudo mas de una vez… y yodo eso sucedió en lo que
yo traté de sacar de mi conciencia con la máxima pureza y discreción posible y
ustedes que tal vez lean esto nunca tendrán idea de mi pasado, pues el mismo se
dispersa en varias partes. El necesitar escribir tal vez parte de una coacción
que tiene el ser humano moderno al sentir esa preocupación propia de sus
múltiples actividades desdichadas y sus consecuencias; y a la vez es un
producto conjunto de la necesidad de expresarse a un mundo donde no quiere ser
leído, pero el mundo no quiere escuchar.
¿Letras mudas para ojos que no escuchan? Con mucho placer y odio a la
humanidad misma he de responder que es salvajemente cierto.
Pude apreciar como el transcurso de la vida de cualquiera quiere verse
reflejado en la fama, el responder al “ubi sunt” es una preocupación muy
constante y el querer ser reconocido con la mínima percepción y aceptación de
esto es cada vez mas popular. Todos mínimamente deseamos ese espacio que oculta
la inconciencia pública para nosotros, hay en la dinámica social una especie de
biblia o tal vez una placa de madera bien lustrada y curada con nuestros
nombres, como si fuese necesario aclararlo, el anhelo a este deseo por parte
del hombre, estudiante o laborioso es poco diferente. Los niños tratan de
crecer mas rápido y allí es donde a temprana edad pueden escribir de amores y
de relaciones que van de la mas tierna amistad hasta la mas jugosa carne viva
que nos aporta el sexo. Los cuerpos se unen como también se repara esa
inconexión adultamente niña. Vemos como los niños sufren por verse callados,
pero lo único que hacen al respecto es guardarse sus emociones a través del
papel que ellos quieren que vean, pero dicotómicamente a todo el proceso de
este fenómeno, ellos quieren ser leídos, quieren ser reconocidos, y a la vez
temen por lo que pueda ocurrir en este mecánico juego de deshacío de problemas.
El niño juega con fuego y quiere ver su cara en todas partes de lo que hace o
hizo y a la vez le dá miedo jugar sin el anonimato que ofrece la palabra en el
medio mas útil a la hora del virtualismo.
Este complejo nos engaña, nos hace pensar que ellos sufren de ideas nuevas
o simplemente sienten emociones novedosas, tal vez producto de una
“aceleración” en su cuerpo o en sus vidas íntegramente.
Por el lado de los adultos viven sin necesidad de contagiarse de amigos
pues éstos les resultan según ellos “imposibles” por los horarios laborales y
estuiantiles… ellos mudos caen en la irrespetosa cadena que comienza con su
familia y luego las responsabilidades que ofrece el trabajar por un sueldo para
así sustentar a los seres primeros. El hombre adulto es solo una cuestión de no
amar lo que hace, buscando un bienestar cada vez mejor pero a la vez inspirado
por las necesidades permanentemente renovadas de las nuevas ofertas mercantiles
y los bienes de lujo que el mismo desee comprar. En fin… el factor dinero hace
que el hombre se encierre en su propio problema de
tiempo-espacio-afectos-trabajo el cual regula sus frustraciones o felicidades
en base a cuanto haga feliz a su familia después de haberla sustentado
económicamente mediante el trabajo y con solo así leyéndose se torna tedioso.
En fin, el hombre de cuarenta años Escribe y trata de hacer lo mismo que
hace un poeta, lo mismo que hace un niño que cursa la primaria con todas las
expectativas de que es un gran compositor de oraciones.
No he conocido poetas que quisieron hacer de sus personajes seres
personificables en alguno de sus lectores. Es más, nunca he conocido un poeta,
El miedo que le tengan a la gente tal vez sea la máxima crudeza antinatural que
he comprendido en mi vida. Hablan de sentimientos y de amores… ¡y de
frustraciones!
El mundo romántico pareciese irse de los cabales tres siglos después de
haber alcanzado el esplendor con quienes pudieron hacerlo. El poder llorar
desconsoladamente sin necesidad alguna será algo propio de la posteriedad de
ahora en más.
Puédase imaginarme a mi en el pórtico de mi casa llegando después de un
viaje a la misma. Capacitando acerca de una canción en la cual, un afecto mío,
me comentó su sentimiento de cercanía a este artista y a su obra versada. Sigo
hasta el día de hoy pensando que tal vez aquel genio que en 150 páginas critica
a una porción de la modernidad local no lo hizo por el hecho de alertarnos por
el desperdicio que le causábamos a la vida misma, sinó que su motivo era reírse
del lector promedio al hallarse con el puño y letra de un hombre que refleja
nuestra ineptitud.
Lo mismo sucede conmigo.
¡Ahora no quiero contarles un carajo!
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